Desde hace 42 años Andalucía celebra oficialmente el dia en el que los hombres y mujeres andaluces decidieron en un referéndum que sus intereses pudieran ser gestionados y administrados desde el corazón de su propia tierra, de ese corazón del que fluye la pasión, la sabiduría y la vitalidad que los pueblos fenicios, griegos, romanos, árabes o judíos han infundido durante siglos a quienes hoy somos sus herederos por nacimiento o adopción.
Como melillense siempre he sentido desde la otra orilla del Mare Nostrum la brisa caliente del terral malagueño y el sabor del salitre andaluz. Arribar a puerto en el “melillero” en los años de mi adolescencia, para disfrutar de unos inolvidables meses veraniegos en Yunquera al pie de los pinsapares del hoy declarado Parque Nacional de la Sierra de las Nieves, me dejó un indeleble lazo de relación personal y afectiva con la que hoy es mi tierra de acogida.
Si a lo largo de todos estos años la España autonómica tiene un espejo donde mirarse, ese es en el de Andalucía. En los tiempos convulsos en los que vivimos Andalucía no entiende de separatismos, de odios racistas, o de fronteras de lenguas. El alma andaluza es como el mediterráneo que une continentes, culturas y deseos de navegar juntos hacia un mismo puerto, sorteando temporales como los de la pandemia, el desempleo o la dura crisis económica con espíritu de solidaridad, innovación y fortaleza frente a la adversidad.
La transformación de Andalucía y la de Málaga en concreto, en este primer cuarto del siglo XXI ha sido imparable. La moderna red de comunicaciones terrestres, marítimas y aéreas nos conectan con cualquier rincón de España y del mundo. La revolución urbana emprendida por el alcalde junto al atractivo museístico y cultural de la capital malagueña, han propiciado un crecimiento turístico nacional e internacional de grandes proporciones. Si a esto le añadimos la ambiciosa proyección de convertir Málaga y por extensión Andalucía, en un polo de atracción de las nuevas tecnologías, no estará lejos el día de su consagración como capital europea de la innovación y de la cultura mediterránea.
Esta Andalucía filósofa, literaria, cantaora pero que también suda en sus tierras y cortijos; llora a sus hombres en la mar; reza a sus Vírgenes; pasea a su Cristo entre puentes y callejones o se recrea entre los suaves olores de azahar y jazmines, sabe también sufrir y rezar en su día de fiesta, por el dolor y las víctimas de una guerra injusta y cruel en suelo europeo.