Por Francisco Moraleda
LA COZ Y EL MARTILLO
Aulogio al mayordomom
(Por el trovador François Mûreluidon)
¡Oh, hijo de Odín encapillado!,
¡oh, supremo percutor del metal acampanado!,
¡oh, tornero emperador que a tres toques el universo ha alzado!
Porque en tus manos encomendamos el mando de un predilecto grupo de privilegiados,
seleccionados entre héroes sobrehumanos por expertos catedráticos en el noble y milenario arte del tallado,
para sobre sus hombros portar en muy ilustre, venerable y marengo paseo acompasado
(y ya de paso abonar 15 euros de salida, 20 de dos cuotas corrientes y otros 40 de extra para aflojar la deuda del nuevo y flamante manto bordado).
Almirante de un navío que levantas maza en mano entre el público de fino acento entregado,
que pregunta a lado y lado: “¿Es este el señor Cautivo?
- No madrileño mío, este va crucificado”.
Son ya catorce hermanos mayores los que en tu don han confiado,
sin que los vientos de cambio que limpian juntas y cargos, muevan lo más mínimo,
aunque algún navajazo por la trasera sin importancia has propinado,
de ese puesto que de por vida te ha sido entregado.
Tres mociones de censura, una pandemia, algún que otro enchufado,
un fichaje estrella -del que pone dinero para pagar ocurrencias el cuñado-,
y a pesar de un par de veces divorciado,
-cosa que hace gracia la justa al prelado-,
ahí sigues al arco de campana superglúreamente encaramado.
Porque tu oficio no es de este mundo,
tú has sido por el Divino señalado
y en sueños el Señor se ha presentado
para cual zarza ardiente a Moisés serte revelado,
que como tú ninguno la campana ha tocado
y así sea por los siglos de los siglos recordado
como el brazo ejecutor del pom pom pom más depurado.
Los rapsodas cantan tus hazañas,
en el Olimpo un póster con tu rostro hay pegado,
nadie ha conseguido ese celestial estilo que por dioses griegos es envidiado,
de dar los toques de aviso para que se arrimen al varal los despistados,
con esa gracia y ese arte que por fieles devotos es vitoreado.
Y si algún atrevido ignorante, osa despreciar tu trabajo al grito de “no sescucha la campana, dale más fuerte carajo”
¡Caigan sobre él maldiciones y hasta una intervención del obispado!.
Las cornetas ya anuncian que es el día señalado,
ya se abren las puertas a los toques de un nazareno encapado,
y tu noble figura emerge entre el tumulto alborotado.
El incienso ya perfuma el camino por cera alumbrado.
Los faroles, bocinas, mazas, portadas por personal contratado,
y el guion anuncia que llega sobre el hombro o presentado
el que su rostro lleva sobre un lienzo pintado.
Las miradas se clavan sobre tu brazo ya alzado,
a la espera del momento en que campana y martillo… por fin se hayan besado,
pero una voz contudente rompe el momento soñado:
-¡No le des aun Pepe! Que el Alcalde está llegando
y Éste de aquí no sale sin que el regidor esté al mango…
Ya está aquí la comitiva, con el primer edil esperando
que alguien le ceda un martillo para los primeros toques ir dando.
El hermano mayor nervioso, el primer teniente agobiado
por no tenerlo preparado
y tú impasible en la escena, le dices como cada año:
-“No se preocupe Alcalde que yo le cedo encantado, señalando hacia el cíngulo…
EL QUE TENGO AQUÍ COLGADO.