La ciudad de Mariúpol se ha convertido en un símbolo de la guerra de Ucrania por la barbarie sufrida y el caos en que se encuentra sumida. Un trabajador de MSF que logró salir de la localidad a orillas del mar de Azov cuenta que dejó atrás «un auténtico infierno» y teme lo que puede pasar a corto plazo: «Hace un mes que empezó esta pesadilla y la situación empeora cada día».
Sasha, que ha pasado toda su vida en Mariúpol, pone voz a un contexto en que, «al principio, las cosas parecían más o menos normales». Cuando comenzaron los bombardeos, «nuestras vidas se entrelazaron con las bombas y los misiles que caían del cielo, destruyéndolo todo», añade, al relatar una vida en la que perdía la cuenta de qué día era y «todo era una larga pesadilla».
«Al principio, ninguno de nosotros podía creer lo que estaba sucediendo, porque en nuestros tiempos este tipo de cosas simplemente no deberían ocurrir. No esperábamos una guerra ni bombas», señala, al hacer balance de cómo todo cambio cuando el presidente de Rusia, Vladimir Putin, anunció la madrugada del 24 de febrero el inicio de la invasión. Pasó tres días sin comer por miedo.
«¿Cómo se puede describir el hecho de que el hogar de una persona se convierta en un lugar de terror?», plantea. Sin electricidad ni teléfono, ya no pudo realizar ningún trabajo con MSF y prácticamente se centraba en mantenerse con vida, mientras a su alrededor se levantaban nuevos cementerios, «incluso en el pequeño patio de una guardería».
Los ciudadanos se esforzaban por cuidarse entre sí, cuenta Sasha, que llegó a temer por la vida de su hermana porque alcanzaba 180 pulsaciones con minuto. Con el tiempo, logró adaptarse: «En lugar de congelarse de miedo durante los bombardeos, me contaba todos los escondites que se le ocurrían. Yo seguía muy preocupado por ella. Estaba claro que tenía que sacarla de allí».
Se cambiaron tres veces de sitio y conocieron a personas que ahora son familia para ellas –«la historia ya ha demostrado que la humanidad sobrevive cuando permanece unida y se ayuda mutuamente»–. Lograron vivir pequeños destellos de normalidad, pero sabían que no estaban seguras e intentaban salir de Mariúpol «todos los días».
«SALIR DEL INFIERNO»
«Un día supimos que un convoy iba a salir, nos metimos en mi viejo coche y nos apresuramos a localizar desde donde partía. Se lo dijimos a tantas personas como pudimos. Ahora me entristece enormemente pensar en todos aquellas a las que no pude contactar», explica, recordando «un gigantesco caos y pánico con muchos automóviles yendo en todas direcciones».
En ese momento, se percató de lo que estaba viviendo: «Fui consciente de que la situación era peor de lo que pensaba». «Vimos cráteres gigantes entre los bloques de pisos, supermercados devastados, instalaciones médicas y escuelas, incluso refugios, donde las personas habían buscado un lugar seguro, destruidos, afirma.
Sasha está «por ahora» a salvo, pero no sabe lo que le deparará el futuro. Desde fuera de Mariúpol, y ya con acceso a Internet, no encuentra palabras para describir lo que ha dejado atrás y para valorar noticias como el bombardeo ruso sobre un teatro en el que se refugiaban civiles.
«No tuvimos más remedio que dejar atrás a tantos seres queridos. Pensar en ellos y en todos los que siguen allí es difícil de soportar. Me duele el corazón de preocupación por mi familia. Intenté volver a entrar para sacarlos, pero no lo conseguí. No tengo noticias de ellos», señala.
La «pesadilla» comenzó hace un mes y a pie de calle las necesidades son enormes, con «condiciones insoportables» para una población de la que sólo una pequeña parte ha conseguido escapar. Sasha advierte de que «un gran número sigue allí, escondidos en edificios destruidos o en los sótanos de las casas en ruinas sin ningún tipo de apoyo del exterior».
Y se pregunta: «¿Por qué todo esto sigue ocurriendo a personas inocentes? ¿Hasta qué punto dejará la humanidad que continúe este desastre?»