Se preguntaba hace poco en twitter Guillermo Fesser si habíamos perdido el sentido del humor y resolvía la cuestión bajo la idea de que no, que lo que se había perdido era el sentido de la convivencia. La pandemia, las redes sociales, las nuevas formas de vida y los nuevos usos para hacernos la vida más fácil también han hecho que seamos más individuales, más solitarios y eso ha repercutido en todo, en intolerancia, en la posverdad, en la convivencia, en la crispación continua… nuestra vida diaria nos aleja de nuestros mayores, de nuestros hijos pequeños, de nuestra pareja y de actividades en grandes grupos, como son las hermandades. No sabemos ‘perder’ el tiempo con los nuestros, pero sí sabemos ‘gastar’ el tiempo en las redes sociales. No nos da tiempo a asistir a los cultos de la hermandad pero sí nos da tiempo revisar tik tok durante media hora. No sabemos hablar de tú a tú en una conversación y decir de forma educada qué nos molesta o no porque sólo sabemos hacerlo a través de una red social y con un perfil sin nombres y apellidos para poder gritar más fuerte y más alto que el interlocutor. Las hermandades pueden ser esa realidad que reactive esa falta de convivencia que hemos perdido, pueden ser el centro de un renacer. En esta Semana Santa en la que se respira más ilusión que en la anterior, pueden convertirse en el canalizador de esa vuelta a la convivencia, hacerse sensible a las necesidades del hermano al que acogen, ayudar a sus mayores y a los pequeños que vienen con todas las ganas de vivir y comerse el mundo. Las hermandades también pueden ser el seno de aprehender la verdad razonada, no la impuesta, ni la crispada, un lugar donde los intolerantes no tengan cabida y donde la asertividad sea el medio de exponer ideas. Las hermandades, con los medios de los que se disponen ahora, ya sean grandes o pequeñas, de barrio o de centro, tienen en sus manos el poder hacer un gran cambio de esta sociedad a través de los recursos humanos que poseen. Eso es iglesia. Y eso también es ser cristiano.
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