Por José Luis Pérez Cerón
¿Tienes un minuto?
¿Has terminado? No te quería molestar. En estos días de vorágine sabemos que el tiempo es oro…
Ven, necesito escucharte. ¿Cómo te encuentras? ¿Qué sensaciones tienes? Entiendo tu cansancio, si es que no hemos parado ni un minuto desde… ¿la Magna? ¡Y parece que hace un siglo ya que ocurrió!
No te preocupes, es normal que tu ilusión no sea la misma. Uno ve lo que rodea al mundo cofrade y la desazón se asoma por la puerta de la casa hermandad. No confío desde hace tiempo en las altas esferas. Todo se ha convertido en una foto eterna, sonriente, con corbata. En los discursos vacíos de siempre, en los actos que no aportan nada, en el ripio barato y resabido que se certifica cuando un ronquido rompe el silencio de un pregón.
Pero te digo una cosa, si me permites el consejo: ahora, cuando te deje marchar, asómate a ver las caras. Hazlo disimuladamente, como si no fuese contigo, busca un huequecillo, una rendija. Te vas a encontrar con los más jóvenes maquinando nuevas ideas. Vas a poder ver la ilusión surcando la cara de los chiquillos porque por fin se van a poner su primer capirote y encima la abuela le ha pagado la túnica y hasta el pin de su cofradía.
A los más mayores vas a poder verlos mirando al Señor embelesados, como si el tiempo no existiese. Nunca he sabido si de verdad rezaban o les decían que tengan un momento para sus hermanos, que ya está bien de despedir a los que un día empezaron con ellos en el camino de la hermandad hace demasiados años. A nosotros nos encontrarás como siempre, atentos a las rutinas que se repiten, al trabajo que no se ve, a las idas y venidas porque ha faltado otra vez la llave para apretar bien la estructura, y mira que esta vez lo dejamos hasta por escrito. Pero oye, te garantizo que ese camino hasta la casa hermandad me ha regalado algunas de las mejores conversaciones que he tenido aquí…
No lo pienses más y vive la Cuaresma que tanto ansiabas. Que está ya aquí, hecha para ti, con las puertas abiertas a que la contemples, la trabajes y la sientas. Que por fin es tuya.
¡Ah! Y acuérdate que, cuando ya estén en la casa hermandad, lo mejor es sentarse en el suelo a contemplarles y a que sean Ellos quienes te inunden el alma