Por Paloma Berzosa
El pasado viernes 10 de marzo salió en Vía Crucis el Nazareno de los Pasos, fue un hito histórico que tuvo a todos los hermanos más unidos que nunca, como si de Martes Santo se tratase. La procesión se lleva haciendo desde 1706 y este año, en unas andas, el Nazareno volvió a subir al Calvario acompañado de sus fieles. Es un Cristo muy querido por los suyos, puede que no tenga la extensa devoción de la Virgen, pero quienes somos de Él, sabemos que es una devoción especial. Quien es del Cristo, lo es hasta el final.
En mi casa, mi padre nos ha enseñado a mi hermana y a mí a querer a la Virgen del Rocío como una segunda madre, pues él fue monaguillo de San Lázaro y después estuvo sacándola el Martes Santo durante muchos años, sin embargo, mi hermana se decantó por salir de nazareno en el Cristo y esta vez, fue ella la que me enseñó a quererlo a Él y aprendí lo bonito que es vestirse de ‘morao’.
Cuando tengo oportunidad, voy al Barrio de la Victoria, me acerca mi padre, que trabaja por la zona, entonces voy a San Lázaro, la veo a Ella, sonriéndome como de costumbre, y me viene la imagen de ese niño monaguillo pasando las tardes allí, haciendo trastadas, pero con la Virgen echándole un ojo. Mientras voy andando, veo como se asoma a la derecha el perfil del Nazareno, y cuando lo veo por completo, me siento en el banco más cercano a Él y le hablo. Le pongo al día de lo que ha ido sucediendo en mi vida durante el tiempo que no le he visitado y le cuento los momentos en los que he sentido que he fallado, he sentido que no sirvo, he sentido que no tengo nada que aportar…Y en ese mismo instante, aunque Él no responda, Él me da el sentido para que siga hacia delante y crear mi propio camino, como Él hizo con sus pasos hacia el Monte Calvario.
Durante este mes de abril, se puede apreciar ese olor azahar en el Barrio, un signo tan característico que nos permite saber que el día grande se acerca, el Martes Santo, ese día en el que todos los hermanos tenemos ese cosquilleo que no podemos evitar y que cada uno, antes de la salida, tiene un ritual diferente, en mi caso, mi hermana me coloca la túnica y el cíngulo, y mi madre, que quita la cera de la túnica y la plancha, me pone el rosario atado al cíngulo. Cuando mi hermana y yo estamos listas, entramos en la Casa Hermandad, ella se va por otro lado, ya que las dos tenemos puestos diferentes, pero nos giramos y ahí está Él, el que da sentido a todo y no deja indiferente a nadie. Al dar las 15:00, se abren las puertas y suena Vera Cruz de Campillos, el Nazareno comienza su camino y enfila el Altozano para rematar Cruz Verde empapada de cera roja, dejando sus pasos por donde va y realizando su camino. Camino que también hacen mis padres, siempre al lado nuestro, por si necesitamos salirnos, preocupándose por nosotras y de alguna manera u otra, ellos son parte de su camino y del nuestro.
