Por José Luis Pérez Cerón
A todas aquellas personas que os queráis incluir en el concepto de cofrade:
Guardad esta carta para cuando pase la Semana Santa. Nuestra celebración, los días grandes que anhelamos desde que se va una primavera, están ya aquí y hay que vivirlos con esa mezcla de fervor, esperanza e ilusión. Con el mimo que tanto merece el ímprobo trabajo que ponemos en la calle.
Una vez que todo pase, sentémonos a dialogar. Un encuentro serio y profundo, desmaquillado de polémicas tuiteras de dos días, sin alto recorrido. Yendo a la raíz, al ser cofrade en todas sus dimensiones. A pensar por un momento por qué estamos aquí.
Siento decirte que el espíritu de los cofrades contestatarios ya no existe. Que «la Arguval» está caduca. Que a la Agrupación de Cofradías no le vale ya el mantra de «abierta y participativa». Que el modelo del universo cofrade que compartimos está caduco. Y esto que os propongo (con muchos, muchos matices que podréis aportar) puede ser el principio de una profunda revolución que no requiere sangre ni violencia.
Es hora de poner a los hermanos en el centro de la acción diaria de nuestras cofradías. No solo nos debe valer con que pongan dinero, sino que necesitan entender y creer en el sentido de pertenencia más allá de un eslogan o tópico. Las cofradías nacieron para enterrar a sus (pronombre posesivo) difuntos de forma digna. Nuestra cultura es la de la vida, y esa dignidad se la debemos dar ahora humanizada. Desterrando ambiciones e ínfulas de ese mundo hueco que revestimos de protocolo en los grandes actos.
Si así lo hacemos, conseguiremos ser más fuertes como colectividad. Seamos hombres o mujeres, de trono o del cortejo, tengamos más o menos claro en lo que creemos, sintamos lo que sintamos. Es la única manera de defender el fondo por encima de las formas.
Solo nosotros podremos defender nuestra fe y tradición, una vez que los compañeros de camino se han quitado las máscaras. No somos un atractivo turístico, no somos la excusa para llenar sus terrazas. No somos los del diezmo. Somos, durante apenas un puñado de días al año (si reducimos el número de extraordinarias quizás nuestros argumentos tengan más fuerza) quienes salimos a mostrar nuestra fe y los valores del magisterio de Jesús a la calle.
Eso requiere que creamos en lo que somos. Que la perfección en el aderezo esté pero que se llene de vitalidad. Que sepamos dejar paso a quienes ya están sobradamente preparados. Que aceptemos la incomodidad de querer ser mejores y rechacemos el conformismo que nos atenaza. Que, el día que vengan a echarnos los nuestros, sea porque tienen claras sus ideas y nos vayamos orgullosos (y, preferiblemente, sin demencias de grandeza o seniles, que no hay que morir ni matar por el cargo).
Nos vemos en Pascua, si quieres, para que comience el cambio.