Tal y como vaticiné en mi columna del domingo pasado, la noche del 28M fué tan infartante para el partido socialista que ni en sus peores crisis se había producido tan espectacular desolación y vacío en su sede de la calle Ferraz. A partir de esa noche todo hacía presagiar que mientras más de ocho millones de ciudadanos festejábamos el brillante éxito electoral del centro y la derecha, Pedro Sánchez debería estar rumiando su reacción desde la madriguera de su fortaleza monclovita.
Y así fué, de un plumazo (nunca mejor dicho), disolvió al día siguiente Las Cortes para someter, sin solución de continuidad, a los españoles a un nuevo plebiscito electoral el día 23J, en plena canícula veraniega y vacacional. Mucho ya se ha debatido y especulado sobre sus razones y la oportunidad o inoportunidad de esa legítima decisión, por lo que difícilmente podría aportar a estas alturas, ninguna consideración que fuera de especial interés para mis lectores.
Pero lo que sí me parece relevante es hacer un breve análisis de algunas de las razones que han llevado a los españoles a pronunciarse sin paliativos a favor de un cambio mayoritario en los gobiernos de los municipios y comunidades autónomas. La primera es fácil deducirla a raíz de la comparecencia de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados, ante su ferviente y enardecida parroquia de diputados y senadores, que ¡festejaban y aplaudían! la derrota de su admirado líder. Me sorprendió sobremanera que hiciera alusión a “su conciencia”, sin ninguna otra explicación, para justificar la decisión del adelanto electoral. El y solo él, decide lo que conviene y no conviene a España y a su partido. Es la exaltación de su narcisismo a la máxima potencia: L’Etat, c’est moi (El Estado soy yo), una reedición del discurso de Luis XIV, rey de Francia, ante los parlamentarios parisinos.
La segunda razón es que Sánchez ha impregnado a todo su gobierno y a su partido de esa exaltación de su persona, lo que desde mi modesta opinión, ha sido la principal consecuencia de la debacle electoral que ha sufrido el 28M. Las contradicciones en las que ha incurrido y su caótica gestión del gobierno en estos sesenta meses se ha manifestado en el rechazo y la desconfianza que la mayoría de los españoles sentimos hacia su persona y la de sus aliados. En la memoria de los votantes, aunque ahora quiera confundirla con el adelanto electoral, está la gestión de la pandemia; su alejamiento personal de las familias que más duramente la sufrieron en hospitales y morgues; los escándalos de las maletas venezolanas de Barajas y las alianzas con la izquierda comunista más radical de Europa y con los que permanentemente amenazan con separarse y fracturar España.
La tercera y la más perjudicial para nuestra democracia y el sistema constitucional, ha sido romper el equilibrio de las instituciones y el principio de la división de poderes. Ninguna institución del Estado se ha visto libre de ser asediada en su afán depredador. Solo por estas mismas razones, estoy convencido que la mayoría del pueblo español volverá a rechazarlo el 23J.