Por Ana Puyet
Ya es hora de dar valor a una de las artes más antiguas y valiosas del mundo, la música. El verdadero lenguaje musical, el que se entiende aquí o en nuestras antípodas. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la definición de esta palabra sería la siguiente: “arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente”.
Si nos paramos a pensar, la música está presente a diario y en todos los acontecimientos importantes de nuestras vidas, desde bodas a funerales. ¿Qué nos aportará la música que tan necesaria es?
Cuánto sacrificio supone estar horas y horas con el instrumento y que poco se tiene en cuenta. Cuántas horas de ensayos, de frío, de calor, de salidas procesionales en las que los músicos han terminado empapados, o del tiempo que hemos dejado de estar con los nuestros por estar sentados en la sala de ensayo.
¿Alguna vez nos hemos puesto en su lugar? Acaso, ¿has pensado cuánto trabajo hay detrás de esas formaciones musicales? Detente y escucha, como antaño, cuando paseabas por el Parque y veías ensayar a Fusionadas o cuando a lo lejos, desde Martiricos, llegaban los sones de Bomberos, la madre y maestra o, andando por lo que queda de Perchel, intuías alguna marcha de Perfecto Artola desde la Expiración.
Así que, durante nuestra semana de pasión, escucha, respeta y sobre todo valora la constancia, el esfuerzo y el sacrificio de cada músico, porque cada una de sus notas se convierten en el rezo que sale desde su corazón.