Por Salvador de los Reyes
Pongamos que se llama Concha. Es alta, delgada, muy enjuta, con la piel adherida directamente a los huesos de la cara, los ojos hundidos pero muy vivos. Concha aparenta tener entre 75 y 95 años, ni uno más ni uno menos. La ausencia total de colorete hace que su rostro, de por sí paliducho, refleje los eternos grises de su indumentaria. No es que vista hábito perpetuo por promesa, simplemente el gris es su color favorito.
-Para qué vestir de otro color si “polvo eres y en polvo te convertirás”.
Y su única interlocutora en ese momento, la Dolorosa de su cofradía, siguió mirando al cielo en su congelada belleza.
Concha, bisnieta, nieta, hija, hermana, tía y tía abuela de hermano mayor, era camarera desde su mayoría de edad, aunque realizaba las labores propias desde niña. Defendía con elocuencia hacia poco en 101tv que, como “polvo eres y en polvo te convertirás”, ella nunca quiso ni deseó ser la camarera mayor, que ese cargo te llena de vanidad. En ese momento Doña Adela que veía la entrevista apagó la televisión hundiendo para siempre el botón del mando.
Esta tarde, tras la imposición de la ceniza, con la iglesia ya vacía, ha subido al camarín a retocar el rostrillo, la caída del manto, el bajo de la saya, la corona de espinas en sus manos.
-Ahora estás perfecta, no se va a creer el vestidor ése que, aun cobrando, te deja bien, y tú lo sabes, Madre. TÚ LO SABES.
La Virgen, mirada alta.
Al bajar del camarín, tan tiesa y segura como siempre, y sin agarrarse al posamanos, se conoce la escalera de memoria, oye cuchicheos en la sacristía. Son los jóvenes que preparan algo, que inventan algo, que tratan de hacer cosas a sus espaldas. No lo va a consentir, se lo dirá a su sobrino nieto, el hermano mayor, que tanto la escucha en esas cuestiones tan necesarias de aclarar. Lo llamará temprano al despacho y le contará todo. Ahora está reunido en permanente, y aunque ella, porque es ella, puede entrar e interrumpir cuando quiera y vea oportuno, se va a esperar a mañana. Mientras, sigue quietecita como una momia en el último peldaño. Como hay un recoveco, no la ven. Oye las palabras Cristo, besamanos, SIN CRUZ. Fuego le sube por las sienes. La que se pone en besamanos es la Virgen, solo Ella, nuestra Madre cuando baja del cielo; Él, siempre, por los siglos de los siglos, en besapié. Y encima quitarle la cruz a Jesús El Nazareno, ¡cómo va a ser eso! En un acto reflejo se lleva las manos a la cabeza del súbito estado febril que sufre. Una horquilla desde su pelo tirante gris cae al suelo y se escucha entre los susurros el choque metálico. Todos miran hacia las escaleras. Varios gritan del susto al verla.
Concha vuelve a su casa, no se ha despedido de las otras camareras que la esperaban en el bar de la casa hermandad para hablar de la colecta para Cáritas. Ella ya lo tiene todo decidido. Ya les contará en el vía crucis. Y va por las calles, desiertas por el viento que hace esta noche, rezando esa letanía que la consume siempre:
-Pero, ¡cómo se atreven hacerle esto a la hermandad! El inventar, tanto inventar, va a crear división y peleas, y eso no se puede consentir. No lo voy a consentir. ¡Y no está en los estatutos! Claro, se aprovechan de esa laguna legal. Mañana llamo directamente al delegado de hermandades y al vicario. De mí no se ríen, de mí no cuchichean, conmigo no pueden. No llevo toda la vida aquí para que cuatro niñatos vengan a cambiar las cosas. ¡No Señor!
Lleva el rosario en el bolso. En otras ocasiones de estrés, en juntas de gobierno o cabildos, cuando le llevan la contraria, lo reza disimuladamente para calmarse. Esta vez va tan atacada que ni se acuerda de su bálsamo.
-Ya me olía algo en la junta de ayer mientras estaba yo, que sé hacer dos cosas a la vez, y hasta tres, cosiendo los bajos de las túnicas nuevas, que para más inri las han traído mal del taller. Ya me di cuenta cuando mi sobrino nieto, el hermano mayor, dijo que los jóvenes de albacería este año, como han duplicado sus integrantes, iban a trabajar duro en nuevos retos. ¿Nuevos retos para qué, si “polvo eres y en polvo te convertirás”? ¡Qué se vayan a estudiar a sus casas que es lo que tienen que hacer! A saber qué notas tan bajísimas traen. O qué cojan sus móviles y sigan diciendo idioteces en el twitter, qué encima me etiquetan, y eso que mi cuenta es secreta, @degris19_1, y leo todas las chalaúras que escriben. Provocarme a mí con sus tonterías y sus indirectas. Ese Richard, el nieto de Carolina, el peor. Ahí metido en todos los follones. Que si el cartel es inadecuado, que si el itinerario es corto, que no se hace barrio, que en cambio el horario es exagerado por lo lento que vamos, ¿qué tenemos que ir al trote, niño? Las túnicas hay que lucirlas con sus escapularios tan bordados. O Paquito, ahora Frank, el nieto de Carmela, siempre criticando el recorrido oficial. A una buena mili le obligaba. Y la nieta de Charo, Samara, vaya nombre para nuestro abolengo, con las orejas taladradas con veinte pendientes y siempre levantando la mano para hablar. ¡Hija, un respeto a tu abuela que está abajo en el columbario! Y esa del pelo azul que ni recuerdo su nombre, la nieta de Pepita, que friega y friega con su novio Arturito, mientras los otros recogen los ramajos cuando está el florista haciendo las piñas. ¿Me vas a enseñar tú a fregar a mí qué llevo toda la vida aquí? ¡Si encima viene la Paqui a limpiar los martes y viernes! ¡Vete a tu casa y lávate el pelo! Ay, menos mal que no tengo nietos, ni hijos. A mis sobrinos ya se encargaron mis hermanos de que me detestaran. Menos los que llegan a ser hermanos mayores que son los que me respetan y me tienen miedo porque tengo el móvil del obispo. ¡Qué juventud, “polvo eres y en polvo te convertirás”, qué pena todo! Las de horas muertas que se tiran en la hermandad haciendo nada. Porque… llamar uno por uno a los hermanos para recordarles las fechas de los repartos de túnicas, ¿no tienen las cartas? Todo por no estar en sus casas. Y ordenar una y otra vez la albacería y el archivo que parece que nunca se hace nada ni se investiga de lo recogido y limpio que está todo. ¿Y esa tiza gomosa que le echan a las ánforas y candelabros para sacarles brillo? A saber cómo tendréis vuestros dormitorios. Y eso de ponerse todos los viernes tras la barra del bar a servir, seguro que para invitar a los amigotes de otras hermandades que vienen y beber de gorra lo que no deben a escondidas. E intentan ser simpáticos y me dicen que tienen mi anís favorito, que han comprado entre todos la botella. ¡Encima me llaman en mi cara alcohólica! Aunque el anís me gusta, Dios me perdone, una copita solo, qué anormales son. O cuando me regalaron ese cuadro plateado, imitación de la joyería más famosa de Madrid, que le encargaron a la nieta de Luisa, que fue a opositar. Una imitación tan buena que no he conseguido borrar la marca del platero que viene por detrás con lo bien que ellos borraron el made in Taiwán. La piratería llega ya a todos lados. La foto de la Virgen es preciosa, ampliación de la que mi madre siempre tuvo con ella en la mesilla de noche, qué casualidad. ¡Qué pesados fueron con el regalito! ¡No puedo con ellos! Y como están siempre tirados en la calle, se pusieron a adornarlo todo para la extraordinaria de Ella con banderas a modo de pancartas, que entre todos juntos pintaron y cosieron. Y cómo les seguía a ver cómo lo hacían de mal y, a pesar de que paso desapercibida, me vio la de las gafas de aumento, la nieta de Charo, Leticia creo, qué buenas lentes, niña, y ya se pusieron a decirme que me fuera a comer con ellos a una hamburguesería que se llama como el pato ese de los dibujitos animados. Qué asco más grande. Yo fui por lo del cuadro que me habían regalado y porque soy buena cristiana, pero ellos lo hicieron para hacerme rabiar, para reírse de mí, para que les consienta todo como hace mi sobrino nieto, el hermano mayor. Pero conmigo, no. Conmigo no pueden. ¡Conmigo se equivocan! Y cuando con tanto refresco de cola, que seguro tendría algo mezclado, dijeron ¡Viva la abuela de la Archicofradía!, me levanté digna y me fui. Se ha emocionado, dijo el bisnieto de Pepita. ¡Tu padre!
Concha no paró en sus cavilaciones, ya en casa hasta iba hablando sola por el pasillo hasta el dormitorio. Las mariposas por sus padres seguían encendidas ante el cuadro de la Virgen, ese que le regalaron los odiosos niños y niñas de la hermandad, los jóvenes que siempre querían llevarle la compra, ir al cine algún domingo, los que le preguntaban si quería ir acompañada al centro de salud, los que no dejaron de mandarle whatsapps durante el confinamiento, los que la besaban cada vez que llegaban a la hermandad y no se daban cuenta que ese aparente mareíllo que le daba a ella era que les estaba haciendo a todos en realidad la cobra. Tocó la carita de la Virgen con su escuálida mano sin anillo de casada. Se vio aún la cruz de ceniza en la frente, “polvo eres…”, y comprobó asustada, ella, que no le tenía miedo a nada, que la Virgen, la de la mirada alta, le tenia los ojos clavados confundiéndose con el reflejo de los suyos, que ahora parecían jóvenes, muy jóvenes, casi los ojos de la muchacha que fue, alegre, trabajadora, siempre crítica con los altos cargos de la cofradía; siempre habladora y valiente ante obispos, alcaldes, generales; siempre defensora de sus derechos como mujer en las juntas de gobierno en las que se colaba como un huracán hasta que le permitieron entrar por derecho; siempre deseando ser nazarena hasta que lo consiguió, primero de extranjis, tan canija parecía un chico; siempre buscando ayudas y donativos para los tronos, las sayas, la corona de oro, sin dejar de atender la bolsa de caridad, defendiendo que no era cosa solo de mujeres, que entraran también hombres, como un hombre fue el que ella buscó para que vistiera a la Madre para la coronación, que más daba hombre o mujer, lo importante era que fuera perfecta, y fue tal la pelea que su hermano, hermano mayor, que no le habló hasta que la Virgen regresó de la catedral para decirle que ni se le ocurriera añadir “coronada” a su advocación en el titulo de la archicofradía. Muchos recuerdos que en un segundo pasaron por su cabeza mientras la Virgen la miraba en el cristal del marco bueno de Aldao. Pensó que seguramente ya había llegado su hora y se agarró a la cómoda al doblársele ligeramente las piernas. “Polvo eres y en polvo te convertirás…”
No te vas a morir aún, hija mía. Pero quiero que recuerdes una cosa: “Conviértete y cree en el evangelio”. Ah, y cállate un poquito, guapa.
La mirada de la Virgen de nuevo alta. Y Concha llorando a mares.