Por F. Moraleda
Reconocer, como humanos que somos, nuestra propia estupidez es un primer paso para llegar a resolver el asunto o actuar en consecuencia. Con los problemas ocurre lo mismo, la solución suele pasar por afrontarlo. Dejar pasar el tiempo a la espera de que Cronos ejerza el milagro suele tener el mismo efecto que ese medio limón olvidado en la nevera que poco a poco se va consumiendo pero que no deja de estar ahí, que parece que no molesta y lo mismo se seca que te crea la cosa esa verde y vete tú a saber si te echa a perder algo más.
Cada año, cuando se saca el tema de la mujer en la Semana Santa se oyen los mismos argumentos por parte del sector no interesado: Que si es un tema superado, que si se busca un problema donde no lo hay, que si sólo se busca criticar, que si es cosa de cuatro que intentan llamar la atención, que si ya están los rojos comunistas ateo-masones-feminazis-aliades-wokes-charos-quema iglesias intentando manchar el nombre de tal o cual cofradía o de la Semana Santa así en general, toda ella. Pero la cuestión es que, a poco que rasques, el problema sigue existiendo, sigue existiendo el machismo en sus múltiples variedades y colores en nuestras muy fervorosas ilustres y venerables hermandades. Quizá porque es un tema social y donde la educación no ha llegado, no esperemos que lo haga la cruz guía.
La Iglesia Católica no es que sea una institución especialmente feminista, de hecho ninguna religión lo es y como bien dice Paloma Sánchez habrá que esperar cambios en la Iglesia para que el resto también cambie.
Que todos los seres humanos somos iguales* a los ojos de Dios está muy bien, el tema es que ese asterisco tiene una letra pequeña tan larga como la vuelta a Nueva Mágala. A lo mejor si la Iglesia hubiese dicho “todos los seres humanos somos iguales para llevar un trono a los ojos de Dios” nos hubiésemos ahorrado más de un quebradero de cabeza y muchas discusiones. La cuestión es que a 2023 seguimos en las mismas y poder llevar un trono en según qué cofradías depende de qué cromosoma portes y no de una capacidad física demostrable, porque a día de hoy, ninguna cofradía te exige un chequeo médico o una prueba de esfuerzo y/o resistencia para ponerte debajo del aluminio, solo si tienes vagina o pene.
Uno confía en que este tema se resuelva más pronto que tarde, tengo esa esperanza. Creo en la buena voluntad de las personas que dirigen las hermandades en no continuar con un sinsentido que ya dura demasiado, porque no podemos dar testimonio de fe negando el derecho a una igual por mucho que un cabildo vote algo que no se puede votar.
Ser grande, que se es por patrimonio, historia, obra social y devoción, supone también responder a los problemas con altura y determinación, sin miedo a las presiones, vengan de donde venga y sin miedo al qué dirán, porque la mala imagen no la da quien denuncia una situación, la da la situación y en nueve años se ha tenido tiempo se resolverla por la vía interna, no a que caiga en el olvido. Y esto se va a resolver, porque son grandes en todos los sentidos como decía el añorado Garrido Moraga, siempre lo han demostrado.
Pero centrarnos en este caso sería injusto porque no deja de ser la punta de lanza de una situación que por desgracia está más extendida de lo que parece. Entre las que accedieron por necesidad más que por convencimiento (la falta de hombres de trono te hace más feminista, mira tú por dónde) las que aceptan a regañadientes, las que no quitan las ganas y las que ahora lo tienen como algo normal pero también han sufrido lo suyo (la mía la primera) el panorama es para ponerle un lazo.
Los argumentos por parte de la caverna no dejan de ser de lo más variopintos, al menos hemos dejado de lado aquello de “es que no queda estético” -que llevas rallas con cuadros Manolo ¿qué me estás contando?-, pero la fuerza, la talla mínima -siempre como referencia la masculina olvidando que existe el taco-, las listas de espera (que te saltas cuando aparece el hijo/cuñado de turno sin rechistar) no dejan de ser excusas a la espera de que la atrevida aspirante se canse o ni siquiera se lo plantee porque ya se encargan desde dentro de quitarte las ganas. Afortunadamente cada vez se lee/escucha menos aquello de “sentirse incómodo/a” teniendo una chica delante o detrás, no vaya a ser que el gato hidráulico se accione y te conviertas en la famosa quinta pata del trono o en una suerte de broca humana con patas, esperando que algún día cuelguen tu túnica del techo de la casa hermandad con tu sobrenombre a la espalda cuando te retires: “A7. El Black&Decker”. Bochorno.
Otro de mis favoritos que es que a mayor número de mujeres es más probable que un trono se quede tirado en la calle. Hasta el momento que se sepa, los que se han quedado tirados han sido por hombres, los pagados, aquellos fornidos del puerto que cobraban un salario por pasear su devoción y que según cuentan extorsionaban a la cofradía con irse si no les subían lo acordado (habría que escuchar también la otra versión, pero ese es otro charco).
Es más, es un problema que va más allá de portar un trono, porque capataz se nace, y se nace con pene, puesto que hacen falta unas características innatas como la voz potente y aguardientosa de Ducados, las dotes de mando, el cálculo espacial, la gestión de grupos, el acordarte de qué número de túnica lleva el a-27 y la poesía mala que son exclusivos del hombre muy hombre y mucho hombre.
Pero es que no se queda ahí y se expande por todos los ámbitos de la hermandad, desde la escasa presencia en juntas de gobierno y en permanentes, donde también habrá altura mínima y lista de espera, o quizá porque la vida de las cofradías consume un tiempo que una mujer con “cargas familiares” y necesidad de conciliación -que esa es otra- no se puede permitir. Pasando por pregoneras, cartelistas, bandas en las que hasta hace poco no se permitían mujeres (droga dura) o instrumentos musicales que son más de mujeres que otros.
Los techos de cristal existen, que una mujer siga teniendo que demostrar más por el hecho de serlo también, que no se les ha reconocido lo suficiente por llenar las filas de nazarenos (aquí solo se cantan las proezas de los hermanos que sustituyeron a los portuarios en los tronos) también. Que a una mujer que expresa su deseo de ocupar un puesto de responsabilidad se la mira con lupa, también. Que ese machismo no es cuestión de hombres (de cualquier condición sexual) sino también de mujeres (de cualquier condición sexual) que recelan de otras mujeres y ponen todos los obstáculos posibles, también. Que a la mínima que una mujer expone esta desigualdad se la insulta en redes sociales al grito de charo, feminazi o puta, que es un comodín que vale para todo, vomitando su odio no solo en lo que dice sino quién lo dice, que esa es otra, en un argumento tan absolutamente maduro como el me cae bien o no.
En resumidas cuentas, tenemos un problema y gordo, que no se va a resolver fácilmente y que pone los avances que hemos tenido durante estos años en peligro. Una cuestión que irrita año tras año (sabes que algo está bien hecho dependiendo de quién se moleste) y que provoca toda una reacción de posturas absolutamente alucinantes, paternalistas, condescendientes e incluso amenazantes de quienes, en su mediocridad, no tienen otra forma de realizarse que a través de ser alguien o algo en la Semana Santa (pa ti entero que yo no lo quiero).
Las cofradías nos tienen que ayudar a ser mejores personas y eso, sin el 50% no es posible, porque además de injusto y poco cristiano, es estúpido.