Por F. J. Cristófol
Volver se llama la última marcha de Alejandro Blanco para Virgen de los Reyes. Volver lo significa todo para nosotros. Porque volver, siempre volvemos. Incluso cuando, terminada la procesión, nos decimos aquello de: “Una y no más”. Pero hétenos aquí, buscando el capirote -siempre, siempre de cartón- y colgando la túnica recién recogida a ver si esa arruga va cayendo de aquí a Semana Santa.
Aunque están los que nunca vuelven porque nunca se van. O porque se han ido para siempre. Claro, esos no pueden volver. Así que no, no volvemos todos, no siempre volvemos. ¡Qué tontería he dicho en el párrafo anterior! O no, quizá no sea tanta tontería decir que aquellos que se han ido para siempre en realidad están ahí para siempre. O están ahí mientras estemos nosotros. Y son ellos los que nos obligan a contradecirnos después de ese: “Una y no más”. Sí, quizá sea por eso que este año has vuelto a recoger tu túnica. Seguro.
Seguro que sabes de qué te hablo. Volver no es siempre bonito. Volver es sencillamente una rutina, a veces desagradecida, como la de los lunes por la mañana que tan poco te gustan. A mí es que me encantan los lunes. Y madrugar. Cuando volver no es bonito pero volvemos es porque lo que nos empuja es más importante que lo agradable o lo desagradable. Sabes bien de qué te hablo.
Querrás hacerte el despistado y dejar los guantes para la misma mañana, aunque es un despiste perfectamente estudiado. Te haces el interesante porque siempre quieres parecer interesante. En la procesión dirás que quieres pasar desapercibido, pero sabes que tus andares no te lo van a permitir.
Total, que vas a volver. O a estas alturas ya has vuelto: “Hay que ver, que cada vez ponen antes los repartos”. Sí, ya has vuelto. Has apurado y lo has dejado, pero lo justo para saber que estabas de vuelta. Ahora miras hacia otro lado, como queriendo hacer ver que saldrás por inercia. Pero uno no es nazareno por inercia. El nazareno nunca vuelve. El nazareno siempre está. Y sí… hay que ser nazareno.