Más allá de la crisis política y económica que sufre España, viene larvándose en estos últimos tiempos una crisis institucional, que de continuar avanzando, puede afectar muy seriamente a los pilares de nuestro sistema democrático y a la arquitectura constitucional que lo sostiene.
En el 40 aniversario de nuestra Constitución Felipe VI, destacó en un relevante discurso que “en la Monarquía parlamentaria, el Rey es símbolo de la unidad y de la permanencia del Estado. Una Monarquía parlamentaria, en el seno de una democracia, que impulsó mi padre el Rey Juan Carlos…” Es precisamente la Monarquía parlamentaria quien están siendo gravemente deteriorada por las actuaciones personales de Pedro Sánchez y las de algunos miembros de su gobierno bicéfalo.
Que hoy la unidad y permanencia del Estado está en entredicho es un hecho constatable. Son precisamente sus enemigos quienes se pavonean de chantajear al gobierno filocomunista de Sánchez con el objetivo de fracturar al propio Estado que los alimenta y de proclamar sin recato su rechazo a la propia persona del Rey y a la Monarquía parlamentaria que representa.
La presión constante sobre Felipe VI para alejar a su padre el Rey Juan Carlos ,de su entorno personal y familiar exigiéndole un injusto exilio o las sorprendentes actuaciones del gobierno cerca de la Corona británica, para evitar su presencia institucional en las exequias de Isabel II, han resultado ser uno de los hechos más ruines y grotescos que ha protagonizado este gobierno para debilitar a la propia Monarquía.
La guinda del pastel la ha puesto el propio Presidente del Gobierno con el penoso espectáculo que ha ofrecido al mundo entero, con ocasión de la brillante parada militar celebrada en Madrid el Día de la Hispanidad y que fue retransmitida por numerosos medios de comunicación audiovisuales. Desde Adolfo Suarez hasta Rodríguez Zapatero, ningún presidente de la democracia había dado lugar a tan descarado agravio público a la Corona.
Por experiencia personal, me consta que detrás del protocolo hay un ímprobo trabajo de sus responsables para cuidar hasta el mínimo detalle los horarios, puestos a ocupar, ceremonia de recepción de autoridades así como despedidas de las mismas etc. Atribuir a un fallo de protocolo la vodevilesca escena de Sánchez dirigiéndose a su lugar asignado entre abucheos de la “gente”, después de la humillante y paciente espera a la que sometió al Rey, no deja de ser un insulto a la inteligencia de los españoles y una ofensa más que añadir.
El “extraño” silencio del Rey en la grave crisis del poder judicial, que en su papel de árbitro y moderador constitucionalmente le corresponde y su escasa proyección internacional en asuntos de gran interés para España, como en las complejas relaciones con Marruecos, son ejemplos palmarios del asedio de Sánchez a la Corona para debilitarla.