En Directo | Domingo de Resurrección | Semana Santa de Antequera | Semana Santa | 31 marzo 2024.
La Semana Santa de Antequera tiene una serie de elementos diferenciadores que hacen de ella un bello y armonioso conjunto donde se entremezclan arte, historia, tradición y fe. Quizá el gran mérito de nuestra ciudad haya sido el haber conservado mucho de lo antiguo sin caer – como ocurrió en otros municipios andaluces – en el mimetismo de lo sevillano renovado.
Las hermandades y cofradías poseen un rico y monumental ajuar procesional. Desde sus imágenes, en su mayoría esculturas de gran valor artístico realizadas por talladores asentados en la ciudad entre los siglos XVI y XVIII, hasta los bordados de sus mantos y palios, pasando por elementos de platería y entalladura, que están considerados piezas capitales del patrimonio artístico de la Semana Santa de nuestra provincia.
Los desfiles procesionales de Antequera cuentan con una serie de peculiaridades que los hacen únicos en el conjunto de la Semana Santa andaluza. Por una parte, los pasos son portados al hombro – a diferencia de los costaleros- por los hermanacos, caracterizados por su indumentaria y por el uso de “horquillas” para sostener el trono cuando está parado. Al frente de ellos va el Hermano Mayor de Insignia que, situándose delante del paso, guía a los hermanacos durante el recorrido de la procesión.
También hay que mencionar otra figura central de la Semana Santa de Antequera como es el campanillero de lujo: niño o niña de no más de ocho años, perteneciente habitualmente a una familia de la cofradía, que luce una túnica de terciopelo bordada en hilo de oro con larga cola. Los campanilleros van junto al Hermano Mayor y su misión es tocar unas campanitas avisando de que el trono va a comenzar a andar o de que ya lo está haciendo.
Por otra parte, cabe destacar algunos momentos inolvidables de nuestra Semana Santa, tal es el caso de lo que se conoce como “correr la vega”, que consiste en subir corriendo los tronos de algunas cofradías por las empinadas cuestas que, al final del recorrido procesional, llevan a los templos-sede. Al parecer, el sentido tradicional de esta costumbre era el de bendecir, desde los cerros de la ciudad, las fértiles vegas que en su día fueron la primera fuente de riqueza de la población.