“Aunque los mares azules fueran carbones encendidos,
tu abrazo nos salvaría.
Aunque del cielo cayeran piedras y aceite derretidos,
con tus besos nos librarías.
Ciudad que crece y se inventa,
con afán de no molestar,
que es de todos bandera
que no nos deja de amar”.
Finaliza la copla. Aplausos, chiflidos, hasta gritos de guiris fuera de sí. “Nicee!!”
Cuando cae la noche de las vísperas, telón cuajado de estrellitas de plata, la Cantaora, recoge su bata de cola, pone bien sus volantes y la reserva en sagrada urna. Guarda las peinas, el collar de mil colores, los pendientes de corales. Con el jabón de tocador lava todo rastro de maquillaje, deja su cara limpia, fresca y suave. Elimina todo artificio de sí misma. Y después, ya desnuda de todo, enjuga sus manos con primor, con pulcritud de médico, con suavidad de madre. Y la Cantaora, ya liberada de ataduras, sale a Larios y echa a volar para recrearse en sí misma. La catedral aún alumbrada y sus cuatro iglesias primeras. El surco de la muralla bajando de Álamos a Carretería. El entresijo de callejas estrechas, antaño llenas de hijos dormidos, ahora adoptivos por días, incluso por horas. Cruza del tirón toda la Alameda y se eleva por el Parque, cubriendo la Alcazaba y sus murallas. Se ve en la plenitud de sus barrios, los centenarios, los del siglo XX, los recién nacidos, y se siente plena y majestuosa en su grandeza, pero pequeña y niña ante el mar que la refleja a ella misma comida por el firmamento.
La Cantaora sabe de prehistoria y de historia, y acumula yacimientos aún por descubrir bajo su piel resquebrajada. Ha servido de cuna a civilizaciones, de abrigo a hombres y mujeres de mil lenguas. Sabe de guerras y de rendiciones, de bonanzas y de quimeras, de salud y enfermedades. De tempestades y de muchos días de sol.
La Cantaora es la cuna y sendero por donde caminan sus hijos, todos a una, pues las madres acogedoras hacen de madre hasta de los hijos de las vecinas. En la noche y en el amanecer es la gloria más recreada en millones de días que atardecen y mueren.
Y esta Cantaora, la de las iglesias barrocas y modernas, la de los múltiples museos, la eternamente besada en la playa y erosionada por todos, la del fútbol, baloncesto, la de los toros, la del cine, la del carnaval y la feria, es la de los mil eventos. Esta Cantaora que han disfrazado tan excesiva y exageradamente radiante. Tan luminosa, ruidosa, olorosa hasta decir basta. A la que le han potenciado su sabor en exceso y es manoseada sin pudor por todos, guarda como un joyero un preciado tesoro.
En múltiples fanales que custodian la esencia pura que se ha hecho absoluta en la Cantaora, renace de nuevo lo heredado, el legado más puro con visos de eternidad. Y por mucho que parezca que cambie, evolucione, se transforme o incluso se malee, el todo es absoluto y la realidad que guarda esta mujer en sus entrañas es mas real que la vida misma.
En esta noche de víspera, en la que la Cantaora se ha desvestido de la parte que es para revestirse del todo que siempre ha sido, acaricia en su vuelo soñado cada rincón de la ciudad que es ella y con la alegría plena de que va a dar a luz otro Domingo de Ramos. En el sueño ligero de sus hijos en esta noche hay idas y venidas, como las olas que la besan, de ideas, deseos, inquietudes, locuras y amores. Y la Cantaora, despierta más que nunca en esta hora de la madrugada, acaricia con sus manos cada túnica colgada en perchas en los pasillos de las casas. Cada capirote, ya vestido, apoyado en las sillas del comedor. Los rosarios, las estampitas, los cirios, las canastillas, las campanitas, las palmas amarillas, hasta los caramelos, que serán mil veces repartidos y multiplicados. En este sueño, seguirá acariciando, cada trono y sus campanas, sus varales, molduras y cajillos, capillas de plata reluciente, y los relieves suntuosos, los arbotantes de mil luces aún apagadas, y los faroles, y hachones del Crucificado, que aún duermen antes de ser encendidos. Y rozará maternal las barras de palio, las ánforas de claveles, las candelerías de mecha aún virgen, las peanas de las dolorosas, las bambalinas y la bóveda tejida en oro que las cubre.
Qué madre más feliz la anfitriona de esta fiesta, porque aunque los protagonistas sean Dios y la Virgen, y sus miles de nazarenos, nada ocurriría igual sin esta madre.
En esta noche de larga espera, en la que ella guarda los preciados regalos de nuestras emociones, revoletea gozosa y se posa cual paloma sobre la cruz que siempre vela por nuestra ciudad. La invisible cruz de nuestra fe, en la que ondea, como estandarte verde y morado, su victoria máxima en este día señalado, el Domingo de Ramos.
Y después de este calvario de dos años, en la víspera de la gran fiesta que es nuestra Semana Santa, estad todos seguros, malagueños que tú, la Cantaora, si el peligro volviera, con tus manos, Málaga mía, valiente, reina mía, de nuevo nos calmarías.
SALVADOR DE LOS REYES