Este año nuestros pueblos y ciudades se están preparando para una Semana Santa que preveo que vamos a vivir con muchísima intensidad. Los equipos de albacería se han esmerado para que todo reluzca como el primer día. Los hombres de trono, horquilleros o costaleros han comenzado a desperezarse, con mucha prudencia, tras un tiempo que a todos se nos ha hecho interminable. Tras ellos, las bandas de música, con ilusiones renovadas, ensayan las obras que llegan a lo más profundo de nuestro ser haciéndonos estremecer y los nazarenos, pertigueros, acólitos y un largo etcétera tienen los equipos listos para el gran día en el que su hermandad vuelva a tomar las calles en las que mostramos al mundo quiénes somos y en quién creemos, a través de las distintas escenas de la Pasión.
Pero todo eso que expresamos y vivimos en las calles es como la cara de una moneda que tiene un reverso; esa manifestación pública de fe tiene que ser alimentada y fortificada. Si en la calle mostramos de una forma plástica en quién creemos, es en el interior de los templos, en la celebración de los sacramentos y en los santos oficios del Viernes Santo donde acompañamos, escuchamos y nos alimentamos de aquel que da sentido a nuestra existencia. Somos uno más en la entrada triunfal del Señor en Jerusalén el Domingo de Ramos o sentados a la mesa de la Última Cena el Jueves Santo donde el mismo Jesús nos dice: “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22,19); lo acompañamos en la soledad de su Pasión ante el Monumento y nos enfrentamos a la cruda realidad de la Cruz que nos habla de fidelidad, perdón y amor sin medida el Viernes Santo. Pero nada de eso tendría sentido sin la Vigilia Pascual, celebración gozosa donde celebramos todos los cristianos, cofrades o no, que Cristo ha Resucitado. Que la pasión, entrega y muerte del Señor, son el preámbulo de esa Vida con mayúsculas que todos estamos llamados a vivir desde la fidelidad, la entrega y el compromiso con Cristo y su Evangelio.
Salvador Guerrero
Fuente. Diócesis de Málaga