De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el maltrato a una persona de edad
avanzada consiste en un acto o varios repetidos que le causan daño o sufrimiento, pero también la no
adopción de medidas apropiadas para evitar otros daños, cuando se tiene con dicha persona una
relación de confianza.
«Este tipo de violencia constituye una violación de los derechos humanos y puede manifestarse en
forma de maltrato físico, sexual, psicológico o emocional; maltrato por razones económicas o materiales;
abandono; desatención; y del menoscabo grave de la dignidad y el respeto», advierte esta institución, quien alerta de que en el último año, aproximadamente una de cada seis personas mayores de 60 años
sufrió algún tipo de maltrato en los entornos comunitarios.
Las tasas de este tipo de maltrato en las instituciones, como las residencias de ancianos y los centros
de atención crónica, son elevadas: dos de cada tres trabajadores de estos centros refieren haber infligido
algún tipo de maltrato en el último año, añade.
«En la mayor parte de los casos, la persona maltratada es mujer, mayor de 75 años, y con deterioro
cognitivo o demencia. El maltratador, en cambio, no dispone de los recursos materiales o económicos
para hacer frente al cuidado.
El número de cuidadores familiares del sexo masculino en España es del
16,40%; mientras que un 83,60% del sexo femenino», afirma por su parte en una entrevista con Infosalus
Hèlia Salleras Padern, trabajadora social de la Residencia y Centro de Día ‘Els Arcs’ de Figueras (Gerona),
servicio gestionado y dirigido por la Fundación Salud y Comunidad (FSC), de la Generalitat de Cataluña.
Y es que, según datos de la Sociedad Española de Geriatria y Gerontología (SEGG), alrededor del 80% de
las situaciones de maltrato detectadas se producen en mujeres, y en más del 50% de los casos los malos
tratos son infligidos por los hijos. «El maltrato más prevalente es la negligencia física, seguida del maltrato
psicológico, el abuso económico, y el abuso físico. La existencia de un tipo de maltrato no excluye la
presencia de otro, ya que con frecuencia se da más de un tipo de maltrato en la misma persona. Según
algunos estudios, el 70% de las víctimas sufre más de un tipo de maltrato», añade esta sociedad
científica.
Mientras, la OMS lamenta que el maltrato a las personas de edades más avanzadas puede tener graves
consecuencias físicas, mentales, económicas y sociales, como lesiones corporales, defunción
prematura, depresión, deterioro cognitivo, ruina económica y necesidad de ingreso en una residencia de
ancianos. Además, sostiene que para este colectivo las consecuencias del maltrato pueden ser
«especialmente graves», aparte de que la recuperación puede llevar más tiempo que para los demás
grupos de edad.
En caso de sospecha de malos tratos en el ámbito doméstico puede ser identificado por la propia
víctima, la familia, o por el entorno cercano o los profesionales, según apunta Salleras Padern. En estos
casos, dice que los profesionales deben recoger información y coordinarse con otros servicios que use la
persona mayor para realizar una valoración inicial: «Si en la valoración inicial no se confirma la existencia
de se coordinarán con los servicios sociales básicos y los servicios de sanidad para crear un plan de
intervención donde periódicamente se evaluará la evolución de la situación».
Esta trabajadora social, eso sí, ve «muy difícil» ver las señales de maltrato, porque la mayor parte no son
observables a simple vista, si bien remarca que para poder detectar situaciones de alerta existen unos
determinados indicadores, unas herramientas sencillas para valorar las características y la intensidad de
un hecho a la hora de determinar su evolución.
Entre estos, la SEGG apunta a ciertos datos en la historia clínica del anciano, a una exploración física, y a
la relación que se percibe entre el anciano y el cuidador, con señales como, entre otras muchas: «Un
retraso inexplicado en la búsqueda de tratamiento, la no asistencia a las visitas médicas, lesiones previas
no explicadas, quemaduras en lugares poco frecuentes, infecciones genitales no explicadas, o la
constatación de lesiones similares en otras ocasiones, heridas y contusiones múltiples, así como
fracturas y esguinces recurrentes; ropa inadecuada para la época y momento; hipotermia; confusión del
anciano, depresión o vigilancia excesiva por parte del cuidador, así como censura, o intimidación verbal».
Asimismo, apunta a que el anciano parezca temeroso de algún miembro de la familia o reacio a
contestar cuando se le pregunta, explicaciones diferentes ante un mismo incidente, enfado o actitud
indiferente con el anciano, llegada a urgencias sin el cuidador principal, excesiva preocupación por el
coste de la asistencia médica o que el cuidador o algún familiar evite que el anciano hable en privado con
el profesional sanitario, entre otras señalas.
Con ello, la trabajadora social de la Residencia y Centro de Día ‘Els Arcs’ de Figueras (Gerona), recuerda
que el maltrato físico existe en caso de un uso excesivo de la fuerza por parte de la persona cuidadora,
que puedan dar como resultado lesiones corporales y dolor físico: «Algunos indicios para poder detectar
el maltrato físico son quemaduras o hematomas, caídas reiteradas inexplicables, sobredosis o infradosis
de mediación en sangre, fracturas, entre otras».
El maltrato psicológico es cualquier agresión, verbal o no, que atenta contra la dignidad de la persona y
tiene como resultado angustia o miedo en el anciano, al mismo tiempo que aclara esta experta que
infantilizar una persona anciana también se considera una forma de maltrato psicológico: «Algunos
síntomas pueden ser depresión y/o ansiedad, miedo a la persona cuidadora, búsqueda de atención o
confusión, aislamiento, por ejemplo».
El maltrato económico es frecuente y se da en caso de uso ilegal y no autorizado de los recursos o
propiedades de la persona de edad avanzada. «Los indicadores que pueden hacernos sospechar que una
persona es víctima de abuso económico son más evidentes, como por ejemplo un patrón irregular de
gastos, cambios repentinos de testamento, cuentas no pagadas, entre otras», añade Hèlia Salleras
Padern.
La negligencia es la clase más común de maltrato en personas de edad avanzada, según prosigue, es
decir, la falta de atención de las necesidades, existiendo un riesgo en la seguridad y la salud de la
persona; con síntomas como las úlceras por presión, la malnutrición, la deshidratación, o el aislamiento.
«Algunos estudios apuntan que la obstinación diagnóstica, como la realización de pruebas para
aumentar el conocimiento de una patología sin que se prevea una mejoría y la obstinación terapéutica,
que utiliza medios desproporcionados para prolongar artificialmente la vida biológica de un paciente con
una enfermedad irreversible podrían considerarse también como formas de maltrato», agrega.