El beso en la mejilla. La dulzura en las palabras. La mentira en el oído. La traición. Los reglones torcidos de Dios para escribir recto. Tuvo que ser duro ser Judas. Tuvo que ser duro ser Jesús viendo venir a Judas. Todos nos hemos sentido traicionados alguna vez. Incluso somos capaces de traicionarnos a nosotros mismos y además justificarlo y revestirlo de lógica para convencernos. Todos somos Judas de alguien a la vez que no somos capaces de reconocer al Judas que convive a nuestro lado como familiar, amigo o hermano. ¿Cuál es tu precio? Todos tenemos un precio, algo o alguien por lo que somos capaces de vender nuestra alma al diablo: ego, proyección, cargo, imagen…todos tenemos un Judas. La traición viene acompañada de la soledad porque cuando muerdes la mano del amigo ya ninguna carne te parece tan exquisita y ya nada será suficiente. Comienza tu camino hasta la oscuridad y ojalá sepas encontrar el camino de vuelta hacia la luz. Las traiciones están de moda en la actualidad y se meten en nuestras vidas con absoluta normalidad justificadas desde un periódico, un panfleto o un whatsapp. Es la época del todo vale, en cualquier medida y en cualquier circunstancia, y da igual que mates a uno que a trescientos si empuñas el brazo y miras al cielo y dices ‘libertad’ porque así justificas más bonito.
Como cualquier colectivo las cofradías y hermandades también son el seno donde vivir en primera persona las traiciones sobre todo cuando las elecciones están cerca. Y a pesar de lo desagradable del momento estos actos sirven para esclarecer el cielo de nubarrones y ver más claro el futuro porque el aire se limpia y se puede respirar mejor. Sólo hay que saber entender el mensaje, superar el dolor y asumir el destino, como lo hizo en su día el Nazareno.
Mientras caen las bombas y los niños mueren en Ucrania, en un lugar cercano alguien vende a un amigo por treinta monedas mientras cambia el canal de televisión y se hace un twitch o una foto con los colegas.
