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Un día en el cielo

Un terremoto emocional que comienza en La Alcazaba, un movimiento sísmico y anímico que recorre las calles de Málaga pasa por la Casona del Parque y llega hasta la Catedral, una ola gigante sobre la que surfeas mientras todos ven una carroza. Ojos, miradas de hechizo, caras de niños y niñas que te acuchillan de amor, deseos lanzados con fuerza y una complicidad que arrebata. Un sueño cumplido, un día en el cielo.

Un martes suena el teléfono a última hora. Dani y Juan Antonio, que son familia, casa y compañeros de viaje, me dicen que “si quiero ser el Rey Mago de la Cabalgata de Málaga”, y yo, sin pensarlo, respondo “que sí, que por supuesto, que me hace mucha ilusión, que estaré a la altura de la invitación”. Ser el Rey Mago. En unas horas, sale en los medios y comienzan a llegar cientos de mensajes. Todos me dan la enhorabuena. Aún sin saberlo, comienzo a dimensionar el alcance del impacto.

Nos viste Jesús Segado. Jesús Segado es diseñador de alta costura y uno de nuestros grandes embajadores de Málaga. Ha desfilado en París y Nueva York y la firma Yves Saint Laurent quiso trabajar con él. Vamos a su taller y la química nos envuelve. Sin darnos en cuenta, echamos varias horas en su casa. Nos toma medidas pero, en el fondo, hablamos y nos conocemos. El día de la prueba, subido a un altillo y frente a espejos, veo el boceto de su obra. Oro, brocados y terciopelo. Jesús Segado no diseña, hace magia y yo siento que, en vez de capa, tengo alas.

Vestuario, maquillaje y peluquería. En el ambiente, un humo transparente de esperanza y buenrrollo. Anita va de paje y sonríe preciosa mientras me pintan la cara y me hace fotos. Grabamos vídeos personalizados para niños y niñas que no pueden venir. Atendemos a mis compañeros de la prensa y, en un instante, salimos a unas calles que gritan de ilusión y miran con la fe del que no ha perdido una batalla.

Días antes, la navidad. Suben los positivos en este maldito baile de máscaras que es la pandemia. En algún momento, sospecho que habrá cancelaciones. Presentación en la Agrupación de Cofradías y antes nos recibe Paco de la Torre y Teresa Porras en la Casona del Parque. Una luz de enero y mango se cuela en el Salón de los Espejos y engrandece la belleza y el encanto del Ayuntamiento. Nos entregan una distinción enmarcada en la que leo: “con el agradecimiento de la ciudad por desempeñar tan alta encomienda”.

Junto al Museo de la Aduana, nada más salir el Cortejo Real, ya vestidos con nuestras mejores galas, intuyo algo. Me doy cuenta de que si me fijo en un niño y le señalo con mi dedo índice, un par de veces, asegurándome de que me refiero a él, y luego le lanzo un beso y me llevo mi mano enguantada al corazón, digo, que me doy cuenta de que los pequeños flipan con el gesto, se sienten elegidos, señalados por su Rey Mago. Saltan de alegría, gritan, se lo dicen a sus padres, algunos lloran de emoción… Siento que tengo súper poderes y empiezo a jugar con ellos.

Volvemos a parar en la Casona del Parque. En el balcón, Estrella, una niña del colegio Valle Inclán lee una carta deliciosa. Estrella lee: “quiero pedir que todos los niños tengan una familia amorosa, que tengan un gran amor”. Y yo pienso que ahí está todo: un gran amor. Luego el alcalde me pide que diga algo. No estaba preparado e improviso. “os voy a pedir a todos los niños y niñas que este año habéis sido muy buenos, que lo sigáis siendo”. Mi hermano, que está en Madrid y lo está viendo por la tele, me dice después: “no sabes cómo te miraba la niña al final”, y yo le contesto: “ahora multiplica esa mirada por miles de niños y niñas e imagina en el globo emocional en el que estamos”.

Avanza la comitiva. Me paro y pregunto a un pequeño si ha sido buena, contesta que sí y yo le digo “claro, si eres bueno, fuerte y amable, tú serás mejor y el mundo siempre será mejor”. Él sonríe y añado: “…y esta noche pronto a la cama”. Estoy tan dentro del papel y lo estoy disfrutando tanto que no quiero que termine. Nadia y Ana, mis pajes, siempre atentas, me llevan en volandas mientras no dejan de lanzar caramelos. Cae la tarde, me suben cartas que guardo para siempre. Pasan las calles, miles de personas y mucha alegría. Málaga está hermosa y feliz. La vida es ilusión y magia y sentimos como se desborda la ilusión y la magia por toda la ciudad.

Llegamos a la Catedral para hacer una maravillosa ofrenda. Antes, parada en Molina Larios. Estamos a punto de terminar. Insisto que no quiero que acabe este sueño. Alguien, ya no sé quién, me advierte de un grupo de pequeños en un balcón del hotel. Son pacientes de la unidad de oncología del Hospital Regional. Saludo, les hago mi truco, les señalo uno a uno, les lanzo besos, me toco el corazón y noto que algo se rompe. Suena un crac seco, mi corazón cae al suelo. Ahora lo entiendo todo. Es la magia de la Navidad, la ilusión ciega de los Reyes Magos, lo que supone estar un día entero en el cielo.

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